A las 22:00 acabó la
película, son las 00:00 y escribo.
Escribo con una sensación
muy fuerte aún en el cuerpo, de sorpresa, de cariño.
Sorpresa por el guión, un abuelo, una nieta y un olivo, no podía acercarse más
a innumerables experiencias que guardo cuidadosamente en mi mochila.
Cariño, hacia esa persona que tengo cerca y llamo abuelo. Brusco en sus formas, tacaño en un ser, varonil,
lleno de vitalidad y con mirada penetrante. Así creo, lo describirían sus tres hijas e hijo. Para mí, mi abuelo. Recuerdo las temporadas de
trabajo en el campo, no recuerdo que me haya llevado al parque ni que me haya
montado a hombros, si, a un abuelo persistente en sus tareas, que ama sus tierras, las cuida, las labra, siembra, corta,
abona y las observa con satisfacción. Un
ejemplo de constancia, que después de años de dureza es capaz de mostrar su
cariño hacia su primera nieta. Eso no lo digo yo, lo dicen sus ojos.
Iciar Bollaín, ha sido capaz de capturas mis cinco sentidos desde el
comienzo de la película hasta el final, llevándome a mis 15, a mis 18 y a mis
últimos 32 años, no es solo una película
es una ventana a innumerables experiencias cotidianas, con un toque de inocencia y cargada de
emoción. Enhorabuena.
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